Trabajé en AZCA algunos años. En Torre Picasso primero y en el edificio Sollube, después. Vida de oficinista urbanita, metro apretado, el mismo mendigo a la salida, o Castellana a tope y atención al carril bus, calles negras de entrada al aparcamiento, rutina diaria, comidas de menú, ¿a dónde vamos hoy?, el mismo vendedor de “La Farola”, algún día al Corte Inglés. No miras alrededor. Todo es normal.
Ya no trabajo allí, pero según en qué te ocupes acabas pasando por el sitio, pronto o tarde. Hay demasiadas compañías, está demasiado a mano, es demasiado Madrid de negocios para no acabar pisándolo unas cuantas veces al año. Pero ya no es mi rutina y ahora ya sí miro. Tanto miro que hace tres o cuatro semanas acabé aterrizando en el solar, al pisar mal dos escalones mal pensados en el túnel lateral del Bingo Canoe. Es lo que tiene mirar los techos, aunque sea para reflexionar sobre la cochambre. Afortunadamente mi prehistoria de jugador de hockey me salvó de mayores consecuencias, aunque no así a mi pantalón, pero me hizo fijarme, ahora ya en serio, en cómo está AZCA.
AZCA está, ahí…
Este año se cumplen 50 de la aprobación del plan parcial que ordenó su construcción. La mayor manzana de la ciudad -200.000 m2-, centro de negocios, casi medio millón de metros cuadrados de oficinas, algunos de los que han sido edificios emblemáticos de Madrid, comercio abundante, lógico con una concurrencia que dicen es de más de cien mil personas al día. Pero no tiene padre ni madre, ni nadie que le quiera, como diría Machín. Pocos le tienen afecto, no es calle ni es barrio, se va por obligación y el apego es meramente utilitario. Si existe algo como el orgullo urbano, no lo busquen aquí. Un sitio para trabajar, sin más.
Los problemas de AZCA vienen de lejos. Los arquitectos se han cansado de discutir soluciones al urbanismo de la manzana, difícil de partida, con una gradiente ascendente de sureste a noroeste mal resuelta, a base de escalones y rampas y casi todos los edificios alineados con su perímetro. Pocos son los edificios en el interior. Cada edificio busca su calle respectiva y procura ignorar la manzana dándole la espalda. El concurso de 2006 para la mejora de su urbanización se declaró desierto, pese a que había ideas aprovechables. Faltó voluntad, persistencia y coordinación. Todos tiraron la toalla.
Propietarios y usuarios no se han puesto nunca muy, o nada, de acuerdo y el mantenimiento municipal no ha brillado precisamente. Sorprende ver en un espacio que debe ser de los de mayor valor añadido de España, bordillos y jardineras rotos, de plantas ya no hablemos –miren delante de FNAC o El Corte Inglés-, suciedad antigua –observen con un poco de detenimiento la calle Orense-, pasajes oscuros –entren al Gourmet Experience por detrás-, grafittis frente a escaparates de Loewe, pavimentos heterogéneos cuando no destrozados, zonas por las que no te atreves a pasar de noche ni casi de día. La propuesta asociativa como entidad de conservación público-privada, Ayuntamiento con propietarios, que supuso “ConAZCA 2”, dejó de funcionar y está intentando disolverse sin nada que la sustituya. Y para colmo, se ha dejado deteriorar la zona de los llamados “bajos de AZCA”, permitiendo la degradación de bares y discotecas, hoy de más que dudosa reputación, ruidosos y sucios. Un vecino de la calle Orense me definió ese espacio como el “sumidero de Madrid”. Buceen un poco sobre “AZCA” o “Calle Orense” en Internet y verán lo que encuentran. O mejor no.
Así estamos. Y no cabe sino reflexionar dónde deberíamos estar. He trabajado en la City de Londres algunos años y la verdad no se me ocurre pensar que voy a ir y me voy a encontrar por ningún lado este nivel de deterioro, suciedad o inseguridad. La City es el emblema del Londres de negocios. Y del Reino Unido. AZCA lo es de Madrid. Y de España. Y los emblemas, como los escudos, mejor bruñidos.
Así que urge la acción. Y hay muchas oportunidades, y no precisamente sólo defensivas. La respuesta no es –sólo- poner más cámaras de seguridad. Es todo un conjunto que establezca una cooperación fluida entre propietarios de edificios, residentes y usuarios comerciales. Que resuelva definitivamente el mantenimiento –pavimentos, jardineras, pintura- , iluminación y limpieza. Que incorpore nuevas tecnologías de comunicación. Que convierta AZCA en un ejemplo de sostenibilidad y eficiencia energética. Y la parte desmadre nocturno deberá ser puesta en jaque y ordenada, o expulsada. Y en cuanto a la ordenación de la manzana, a seguir pensando. Pero lo esencial es atacar todo lo anterior. Y el Ayuntamiento, aparte de las constricciones que puede suponerle el encaje de este complejo en los presupuestos del distrito de Tetuán, debería asumir que AZCA puede ser tan bandera de Madrid, o más, que las Olimpiadas, sin ir más lejos.
¿Regreso al futuro?