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BIG BANG 2.0


Acabo de leer que Hewlett-Packard ha comprado Palm. $ 1.200 millones cash. Parece que una oportunidad porque HP paga a $ 5,70 la acción cuando se llegó a hablar en su día que que Palm podría valer hasta $ 14. Y además permite a HP enfrentarse a Apple con munición adicional en el territorio frontera de la conectividad para uso profesional y de entretenimiento al mismo tiempo. HP toma así una opción sobre el futuro del trabajo, sobre todo del knowledge worker a quien se dirige la creciente conectividad y programas portátiles.

HP no está sola. Las empresas que producen telefonía inteligente y nuevas herramientas como el tablet PC o el libro electrónico, RIM (Blackberry), Apple (iPhone + iPad), Nokia, las que lo hacen con el software de soporte, Microsoft o la propia Palm (webOS), las que desarrollan técnicas de búsqueda y colaboración, con Google a la cabeza, o el suministro de capacidad de proceso bajo demanda a través de la propia red o cloud computing (Amazon ha encontrado ahí un nuevo nicho), Intel en procesadores, todas ellas y muchas más que me dejo o ignoro, están desarrollando una pléyade de innovaciones informáticas que desde mi corto conocimiento me hacen sentir como una partícula impulsada a través del universo de la información con la fuerza de un “big bang”.

Cada uno en nuestra esfera personal nos vamos adaptando a las nuevas herramientas, que insensible e inexorablemente van cambiando nuestra forma de trabajar. El reto individual, para el que nadie nos está entrenando particularmente, es conseguir un incremento de eficacia con el uso de esta nueva caja, en la que encontramos herramientas de gestión de información, colaboración o comunicación multilaterales cuyo uso desconocíamos ayer (un día-luz son muchos kilómetros).

Pero así como el individuo, sobre todo aquellos que nos consideramos knowledge workers, necesitamos esforzarnos en este nuevo aprendizaje, las empresas necesitan adaptar sus métodos y su espacio de trabajo, lo que me parece que es un territorio en el que la velocidad disminuye considerablemente. James Manyika, Kara Sprague and Lareina Yee hacen, en un informe de McKinsey & Co., un interesante análisis (Using technology to improve workforce collaboration). Manejan el concepto de la «productividad colaborativa», que sería la de un grupo trabajando como equipo, no necesariamente próximos físicamente. Dicha productividad colaborativa depende según ellos de la calidad y cantidad de interacción entre los miembros del grupo, que pueden ser entre ellos colegas o proveedores y clientes, entre otras muchas posibilidades. Conseguir elevar la calidad de esa interacción y reducir su coste tiene como consecuencia directa una elevación de la productividad del trabajo colaborativo, que es la ruta por la que Cisco Systems, por ejemplo, ha apostado de forma decidida en los últimos tiempos. Cisco declara haber ahorrado 100 millones de dólares (y 24 millones de Tm de emisiones de CO2 si lo queremos ver en términos ecológicos) en 18 meses, con la iniciativa de reducir viajes y establecer protocolos de trabajo a distancia y el uso de video-conferencia para llegar a más clientes con más “calidad colaborativa”. De hecho Cisco no ha hecho sino aplicarse a sí misma la tecnología y métodos que ya estaba ofreciendo de forma activa a sus propios clientes.

Las empresas tendrán que profundizar en conocer mejor a sus trabajadores, entendiendo mejor quiénes son sus knowledge workers susceptibles de mejorar su rendimiento con el uso adecuado de tecnología y metodología colaborativa (una pista: suelen ser los de retribución más alta, McKinsey estima que en Estados Unidos su retribución de media es entre el 55% y el 75% superior a la de trabajadores en ocupaciones basadas en, por ejemplo, la producción).

Y del mismo modo que las empresas, también deberán adaptarse los ofertantes de espacio de oficinas, los arquitectos, space planners y los operadores de las mismas, que tendrán que entender que las empresas que mejor reaccionen frente a este «big bang» particular van a requerir menos espacio pero de más calidad, en el que los servicios a esta nueva generación de trabajadores, para favorecer ese incremento silencioso de la productividad colaborativa, serán fundamentales y van más allá de la cantina o la copistería.

Las empresas y trabajadores que mejor y más deprisa evolucionen serán los que triunfen. Y los lugares de trabajo, edificios de oficinas y sus entornos incluidos, que mejor sepan leer el mensaje sobre lo que estos clientes quieren, serán quienes les acompañen en ese triunfo.

Lectura relacionada: El Blog de Zano, 100 Squared

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VOZ, DATOS… Y CALOR


Almon Brown Strowger, además de inventor, era el dueño de una funeraria en Kansas City. Corría el año 1888. Un día descubrió que la esposa de su competidor en el negocio de pompas –fúnebres-, trabajaba de operadora en la central telefónica. Y además que la señora, se ve que no muy hábil con las clavijas, cada vez que alguien llamaba a la central y pedía hablar con la funeraria de Strowger, se “confundía” y le pasaba la llamada a su marido que, valga la expresión, “cargaba con el muerto”. Y cobraba el entierro, claro.

Strowger se debió enfadar bastante, agudizó el ingenio e inventó un aparato con el que se eliminaba a la operadora, a la torpe y luego a muchas otras. El Strowger switch, que fue patentado en 1891, permitía que quien realizaba una llamada seleccionara directamente a quién deseaba llamar, sin intermediación manual. Strowger fue de hecho el primer propietario de una central telefónica automática, en La Porte (Indiana) en 1892, con 75 abonados. El Strowger switch se fue perfeccionando, le sucedió el crossbar switch y estos sistemas electromecánicos han dominado el procesamiento de llamadas telefónicas hasta hace pocos años.

La telefonía creció de forma explosiva. En España se inauguró la primera central telefónica automática tal día como ayer, el 29 de diciembre de 1926. El gobierno de entonces optó por intentar sustituir de golpe la telefonía manual con un sistema automático, para lo que instaló equipos Rotary, fabricados por la Bell Telephone Manufacturing de Amberes, que estuvieron en producción hasta 1970. En 1929 había 33.000 abonados al servicio automático. Veinte años después un millón. Hoy rondaremos los 67 millones de líneas en España. En el año 2000 la transmisión de datos superó a la transmisión de voz, y seguro que nos queda mucho que ver en este campo en los próximos años, en que Internet, telefonía y televisión están en un “collision course”, de consecuencias impredecibles.

A partir de un cierto momento, a los sistemas electromecánicos, aparellajes grandes y con mucho hierro, lentos y que requerían mantenimiento, les sustituyeron los ordenadores: compactos, un montón de veces –miles supongo- más eficientes, y… que producen mucho calor… y, además, no les gusta el calor. Por ello las centrales telefónicas son edificios en su mayoría obsoletos en cuanto a su uso, porque con su altura entre forjados de 3,5 metros y poca ventilación, son costosas de enfriar. Aunque una vez visité una en la que se utilizaba un sencillo sistema de free cooling, algo así como abrir las ventanas por la noche cuando fuera hace más fresco que dentro y cerrarlas cuando es al revés. Lo que yo en mi casa en verano, vamos, pero el efecto en general es marginal.

El mismo problema tienen los modernos centros de datos cuyo consumo energético en refrigeración es enorme –entre 1.8 y 2.5 veces el consumo de los propios equipos-. Gente como Cisco Systems (Dynamic Host Configuration Protocol) o HP (Dynamic Smart Cooling) trabajan activamente en diseñar sistemas inteligentes de enfriamiento que consuman menos energía, porque saben que el futuro abre múltiples retos y oportunidades en esta área.

Cómo ahorrar en energía sin subir lo que en un centro de proceso de datos se denomina baseline temperature y no comprometer así la seguridad de los datos, o cómo hacerlo en un edificio de oficinas sin comprometer la productividad de los trabajadores son dos aspectos del mismo problema, con el que de forma cada vez más habitual nos vamos a tener que enfrentar. Para los edificios de oficinas, en particular los que ya llevan en uso algún tiempo, como le pasa a las centrales telefónicas obsoletas, la lucha contra el calor es una asignatura en buena parte pendiente. Todavía los equipos los toquetean los usuarios. Algo así como si al subir a un avión no hubiese ni piloto ni ordenadores, sino que los pasajeros fuésemos tocando los controles para que el avión volase al gusto de cada uno… Si de verdad queremos tener edificios de oficinas sostenibles habrá que cambiar motores y equipos, modificar criterios de diseño y utilizar los mecanismos y el software apropiado. Los expertos y la tecnología ya están ahí. Y que los pasajeros, digo los oficinistas, se sienten y duerman, digo trabajen.

Y no creo que haga falta que venga ningún enterrador a inventar nada, de momento.